Agencias, Deportes.- Rafael Devers solía ser sinónimo de talento discreto y sonrisa permanente, pero en 2025, su imagen se ha transformado en la de un jugador frontal y desafiante, dispuesto a decir lo que piensa aunque eso lo enfrente con la gerencia de los Boston Red Sox.
El calvario comenzó luego de un movimiento táctico, tras la llegada de Alex Bregman, la gerencia decidió trasladar al dominicano de la tercera base al rol de bateador designado, algo que el dominicano aceptó a regañadientes. La jugada tenía lógica. Devers ha liderado la Liga Americana en errores desde 2018, y darle descanso defensivo parecía razonable. Sin embargo, el quiebre emocional fue evidente.
Lo que parecía resuelto se complicó con la lesión del inicialista Triston Casas. El equipo necesitaba a alguien en primera base y pensaron nuevamente en el de Quisqueya. Pero la respuesta fue tajante y sin rodeos. Devers expresó sentirse traicionado, alegando que el equipo rompió su palabra al pedirle jugar otra posición distinta a la designada.
“Me dijeron que no iba a jugar otra posición. Ahora deberían buscar a alguien más”, dijo el dominicano, dejando en el aire una incómoda pregunta: ¿está actuando como un profesional comprometido o como una figura que prioriza sus términos por encima del colectivo?
Desde entonces, la tensión ha crecido. Craig Breslow, jefe de operaciones de béisbol, intentó apagar el fuego. Aseguró que nadie le teme a Devers, pero dejó claro que “lo más importante siempre será el equipo”. Por su parte, el dirigente Alex Cora ha mostrado cautela, sin cerrar puertas, pero cuidando que la relación no se fracture más.
La situación ha llegado a tal punto que el dueño del equipo, John Henry, se reunió personalmente con Rafael, algo poco común, lo que revela el nivel de preocupación dentro de la organización. El gesto busca enfriar los ánimos, pero el verdadero desafío será cómo se repara la confianza rota entre el jugador y la gerencia.
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Devers, con su contrato multimillonario y su peso ofensivo incuestionable, es la cara de los Red Sox, pero incluso un rostro tan valioso puede tornarse incómodo si el vestuario percibe ego por encima del espíritu de equipo. En el campo, su rendimiento sigue siendo élite, pero fuera de él, el drama va en aumento.
Ahora, la interrogante está servida: ¿logrará Boston recomponer su vínculo con su estrella o se encamina a una separación dolorosa y costosa? A corto plazo, podrían convencerlo de probar en primera base, pero la herida de la palabra rota no se cura con facilidad.
Al final, este caso se ha convertido en una lección interna sobre liderazgo, comunicación y gestión del talento, en un deporte donde el ego y la estrategia deben coexistir bajo el mismo techo.
(Con información de ESPN)
