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sábado 2, diciembre, 2023

El miedo: rey electoral de Argentina

Una fuerza aterradora reina sobre el balotaje de Argentina: el miedo. Miedo al cambio, lo nuevo radical: estremecedor. Miedo al discurso oficial, a la perpetuación del régimen: continuidad maldita. El dilema: cambiar o seguir. El cambio está del otro lado, en la oposición: se llama Javier Milei, su apetito destructivo de sepultar el sistema y echar por tierra al kirschnerismo. La continuidad está sembrada en el Gobierno: se llama Sergio Massa, el renovado pero no menos azotado ministro de Economía, debido a una inflación siniestra y tremebunda. Los precios están elevadísimos, disparados por la espuma inflacionaria. Eso significa que la economía argentina está enfermita e inflamada. Economitis: así le llamo a ese extraño fenómeno económico que entremezcla el crecimiento en marcha con un subión de precios y de materias primas. El Estado se ha agigantado, como una ballena que reparte dádivas: tiene mucho de ogro Santicló. Esa operación «platita» en Argentina dispara la deuda pública, hipoteca el futuro y compromete a más de una generación. La piñata llega a los barrios y hogares machacados, que expresarán su gratitud en las urnas.

Las últimas crisis han puesto a repensar el papel odioso del Estado. Desde la pandemia, el Estado minimalista y tímido, que solo servía de árbitro manso y ajeno a las manos invisibles del mercado, ha dado paso a un Estado cada vez más activo y crecido, que abandona su inercia y juega un rol protagónico. Así, se ha pasado de un Estado pasivo a otro activo, que ha recobrado su liderazgo y su peso institucional ante la debacle del empresariado en crisis. Miles de empleos, negocios quebrados, comercios en bancarrota: he ahí el balance trágico de una epidemia que sella el fin de una época y el inicio de otra, atiborrada de rumores e incertidumbres. Las pandemias sellan el tiempo histórico y transforman la vida social, económica y política del mundo. Nada será igual desde el covidvirus.

Los ciudadanos acudirán a las urnas animados por el miedo. La resistencia oficial, que con la plata como arma opone una muralla de contención a los deseos de cambio y novedad, revelará sus maniobras más crueles y siniestras. El domingo será un parteaguas para ambos candidatos. El gran debate de ese día podría convertirse en una función de teatro, o en una parodia presidencialista. El singular y único Milei lanzará su actuación más personal, dará la mejor versión de sí mismo y se presentará como diferente a su rival, en ese cara a cara que nunca más se repetirá. Será un ‘streap tease’ al revés: buscará ‘desnudar’ los errores y la pésima gestión económica del ministro candidato. Su manejo histriónico -y hasta cínico- pondrá las cartas sobre la mesa del electorado y trazará el gran dilema: cambiar o seguir. Cambiar el neoperonismo que ha estrangulado las instituciones, mantenido una vicepresidenta condenada y envilecido a los más pobres. En ese empeño, sin embargo, el candidato tendrá que apagar las llamas del miedo que despierta en vastos sectores de la sociedad, que lo perciben como una seria amenaza y un poderoso enemigo. Así, sobre el filo del debate tendrá que explicar, nítidamente, su propuesta de dolarización de la economía, de aniquilación del Banco Central y de otras maromas violentas en materia económica. Para algunos, esas ideas son una pelícual de terror y una pesadilla difícil de tragar.

Para el ministro candidato será un ejercicio de pausa retórica. En esa prueba de fuego intentará desquiciar a su rival y no inflamarse ni irritarse en público, mostrándose como es: lo nuevo dentro de lo viejo, el aroma fresco que brota del bosque marchito y roñoso del kirschnerismo imperante. La criatura nueva que va saliendo de las entrañas del pasado. Claro, se anotó un gol antes del partido: logró de una patada que el debate sea sin documentos ni papeles. Los asesores detrás del decorado conquistaron ese tanto preelectoral, en la semana más crítica del pulseo. Sin embargo, el señor Massa tendrá que explicar muchas cosas en ese duelo: el cuestionado y deficiente manejo económico, la catástrofe de precios, la impopularidad y el endeudamiento galopante del Gobierno para alimentar su maquinaria electoral. Es más, el ministro candidato ha logrado apagar las voces oficiales y que el presidente Fernández se haya resignado a jugar el papel mudo tras el telón. De Cristina no se habla, después que ella misma dijera, en la primera vuelta electoral, que este no era su Gobierno. Fue su divorcio político del presidente -y del ministro candidato. Es el momento más difícil para gobernar. Massa lo sabe, los Fernández también lo saben, y hasta Milei lo entiende. Massa va a perder, siempre que Milei pueda ganar.

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