Un torbellino de motos y autos levanta una polvareda a unos 30 km al sur de Uagadugú, la capital de Burkina Faso, en un alboroto inusual para un domingo por la mañana. ¿La causa? Una curandera de 20 años con unos poderes supuestamente inmensos.
Su apodo, Adja, se ha hecho famoso en todo el país, de sur a norte.
Al final del camino, una multitud de motos aparcadas hasta más allá de donde alcanza la vista; un bosque de tiendas enmarañadas y una marea de peregrinos vestidos de blanco y formando verdaderos ríos de gente entre los arbustos.
Hay de todo: hombres con los pies encadenados, lisiados, desgraciados y desposeídos. Todos los que la sociedad burkinesa ya no sabe qué hacer con ellos o cómo curarlos.
«Hemos probado tratamientos de todo tipo pero en vano», cuenta Awa Tiendrebeogo, familiar de un enfermo aquejado de «vértigo» recurrente. «Luego, un conocido nos habló de Adja y aquí hemos venido», explica la mujer.
Las curas de Adja son gratis pero las ofrendas son bienvenidas. Por los alrededores, han ido emergiendo varias obras, financiadas por ricos donantes. Los comerciantes se olieron el filón y llenaron de puestos la carretera de acceso. Caminos y miradas convergen hacia la tienda de la curandera, que se yergue en medio de la multitud.