Redacción Internacional.- La reciente muerte del papa Francisco ha abierto una etapa de expectativa e incertidumbre dentro de la Iglesia Católica, donde ya se perfilan nombres que podrían asumir el liderazgo espiritual de más de mil millones de fieles en todo el mundo. Entre los más mencionados figura el cardenal Robert Sarah, de origen guineano, un referente del sector conservador y firme defensor de los valores tradicionales de la fe.
A sus 79 años, Sarah representa un posible viraje en el rumbo del Vaticano, tras una década de reformas y apertura bajo el pontificado de Francisco. Su defensa de la liturgia clásica, el celibato sacerdotal y su oposición a bendiciones a parejas del mismo sexo lo posicionan como una figura de ruptura con los cambios recientes. Su elección supondría no solo un cambio ideológico, sino también un hecho histórico, al ser el primer papa africano de la era moderna.
Durante la actual Sede Vacante, el cardenal Kevin Farrell, en su rol de camarlengo, asume la gestión administrativa del Vaticano mientras se organiza el cónclave. Es en este espacio de deliberación y expectativa donde surgen las especulaciones sobre el futuro líder espiritual de la iglesia.
Sarah ha sido una voz crítica frente a la “colonización cultural de Occidente”, advirtiendo sobre una pérdida de sentido trascendente en el mundo contemporáneo. Su perfil, sin embargo, se enfrenta a un reto inevitable: su edad. A pesar de su trayectoria, algunos sectores dentro del colegio cardenalicio podrían optar por una figura más joven o con una visión más alineada al legado del papa Francisco.
En paralelo, también toman fuerza nombres como Stephen Chow, obispo de Hong Kong con amplia capacidad diplomática, Mario Grech, referente de la sinodalidad, y Pierbattista Pizzaballa, cuya gestión durante el conflicto en Oriente Medio ha sido destacada. Estos candidatos reflejan el perfil internacional, dialogante y reformista que caracterizó al último pontificado.
Las próximas semanas serán claves. Más allá de quién sea elegido, el nuevo papa deberá decidir si continúa el proceso de apertura iniciado o si marca una nueva etapa con énfasis en la doctrina, el orden y la tradición. El futuro del catolicismo está en juego, así como su rol en los debates éticos, culturales y políticos del mundo actual.