NOTICIAS RNN, SANTO DOMINGO.- Como cada diez de mayo, la tumba del gran José Francisco Peña Gómez volvió a convertirse hoy en punto de encuentro para seguidores, amigos y miembros de la prensa. Esta vez se congregaron para homenajear al líder político en el 26 aniversario de su extinción física. Sin embargo, fue notoria la ausencia de los dirigentes más emblemáticos del perremeísmo y nadie del PRD.
Los perremeístas que fueron -Isidro Torres, Licho Matos, Darío de Jesús- revivieron momentos junto a él y realzaron su mansedumbre, su humildad y corazón bondadoso. Se impone un repaso a su vida, historia y legado.
Peña Gómez, el orador fogoso, alcalde de la capital, imán de multitudes, murió el 10 de mayo de 1998, a pocos días de celebrarse las elecciones municipales donde terciaba él para la alcaldía del Distrito Nacional, cargo que había ocupado entre 1982 y 1986.
Vino del fondo social de la pobreza, y de un compartido abismo dominico-haitiano. De hecho, se hn discutido sus orígenes (si era o no era haitiano, quiénes eran realmente sus padres), y lo que se estableció es que nació en Loma del Flaco, un campo apartado de Mao, Valverde, el mismo año de la masacre que costó la vida de miles de haitianos en suelo dominicano.
Ese año, 1937, fue ejecutada la siniestra ‘Operación Corte’ ordenada por el sátrapa de entonces, Rafael L. Trujillo Molina. El mundo recibió a una criatura del color de la noche el 6 de marzo de ese año. A partir de octubre, siendo él apenas un niñito de meses, tuvieron sus padres que huir y volver a cruzar la frontera con Haití. Así, se libraron de la carnicería antihaitiana y de los machetazos literales del régimen.
Décadas después, ya en los años noventa, encontrarían la tumba de su madre, la señora identificada como María Marcelino, en un triste cementerio de Haití. Ya para entonces, además, se habría reconciliado con su maestro y mentor, el profesor Juan Bosch.
Peña Gómez debe mucho a Bosch. Este escritor laureado lo mandó a estudiar en Francia y hasta le dedicó un libro iluminado: «Crisis de la democracia de América en la República Dominicana». Se lo dedicó y con él, a toda la juventud dominicana. Era como un hijo para Bosch, y un ejemplo promisorio de los jóvenes dominicanos. Pero la ruptura llegó por un desliz íntimo y carnal que tuvo su discípulo amado: Peña Gómez violó la confianza, se pasó de la raya y tocó el cuerpo de una criada. Desde que la tocó y lo supo el maestro, el discípulo se convirtió en ‘el degenerado’, un título denigrante e infame que llevaría a Peña Gómez hasta el último de sus días. Bosch era un carácter explosivo y tempestuoso que no le perdonaría semejante desliz.
Lo personal llegó a la vida pública: lo que casi siempre sucede. Así, las relaciones maestro-discípulo estaban decretadas y estallarían en odios, rencores y querellas. Fue un parricidio y un perredeicidio. En 1990, atendiendo a las escasas oportunidades de triunfo, Peña Gómez le ofreció su apoyo para derrotar a Balaguer, pero el rencor pudo más que la reconciliación. Bosch terminó perdiendo las elecciones y Balaguer perpetuándose una vez más en el poder.
En Cambita, San Cristóbal, acabó el calvario de Peña Gómez ese 10 de mayo de 1998. La muerte le arrancó el aliento después de enfermedades devastadoras y dolorosas, que lo hicieron errar por el mundo en busca de una cura milagrosa que nunca encontró. Sai Baba y otros ‘sabios’ lo tocaron con manos de fe, pero no lograron convertir el agua de la enfermedad en vino de salud, y Peña Gómez se fue de esta tierra, dejando huérfanos a sus legiones de seguidores.
El sepelio fue un derrote de tristezas y lágrimas derramadas a ojos limpios. En el Centro Olímpico expusieron sus restos, frenta a la nación que contempló con estupor ese espectáculo fúnebre, con el cadáver de su líder yerto para siempre.
Descanso eterno…