Nueva York vibra entre el ruido de los trenes del metro, las luces del Times Square y la tensión constante de quienes la hacen funcionar cada día. En medio de esa ciudad que nunca duerme, un joven legislador de raíces africanas Zohran Mamdani se atrevió a imaginar algo distinto: una ciudad donde el transporte sea gratuito, el cuidado infantil universal, los alquileres estén congelados y los alimentos no sean un lujo.
Sus ideas sacudieron a la prensa y al poder. The New York Post las calificó de “populismo disfrazado de justicia social”, mientras comentaristas de Fox News las tacharon de “socialismo urbano que arruinaría la economía de la Gran Manzana”. Incluso sectores del propio Partido Demócrata las miran con recelo, temiendo que su implementación sea “fiscalmente inviable”. Pero del otro lado, figuras progresistas como Alexandria Ocasio-Cortez y organizaciones como DSA (Democratic Socialists of America) lo defienden como una voz que devuelve humanidad al discurso político de la ciudad.
Y sin embargo, más allá del ruido mediático, una verdad persiste: mientras algunos dudan, otros países ya demostraron que lo imposible solo tarda un poco más en llegar.
Porque las ideas de Mamdani no nacen del idealismo, sino de las evidencias. De Luxemburgo a Dinamarca, de Viena a Quebec, y desde un pequeño rincón del caribe llamado República Dominicana, el mundo ha probado que el progreso social puede financiarse, sostenerse y transformar vidas. Este artículo recorre esas experiencias y revela por qué la próxima revolución urbana podría empezar, una vez más, en Nueva York.
Porque mientras algunos dudan, otros países ya demostraron que lo imposible solo tarda un poco más en llegar.
Cuidado infantil universal: invertir en el futuro desde la cuna
En Dinamarca, desde los años 90, cada niño tiene acceso garantizado a centros infantiles de alta calidad, donde los padres pagan una fracción mínima del costo. En Noruega, la universalidad se consolidó en 2003, y en Quebec, Canadá, la red pública de guarderías desde 1997 cambió el mapa laboral femenino: el empleo de madres aumentó 16 %.
Los resultados son contundentes: más igualdad, más productividad y familias más estables. Las madres pueden trabajar, los niños reciben estimulación temprana y el Estado recupera lo invertido con creces.
¿De verdad parece tan inalcanzable para Nueva York, una de las ciudades más ricas del planeta, replicar un modelo que países más pequeños ya probaron con éxito?
Transporte gratuito: moverse no debe ser un lujo
En marzo de 2020, Luxemburgo eliminó el cobro del transporte público. Lo mismo hizo Malta en 2022. En la capital de Estonia, Tallin, el transporte es gratuito desde 2013 para todos los residentes.
El resultado fue revolucionario: menos tráfico, menos contaminación y más oportunidades para los trabajadores.
En Luxemburgo, cada persona ahorra hasta 1,000 euros al año y los desplazamientos son más rápidos. La frase oficial del gobierno se volvió un mantra urbano: “Moverse no debe ser un lujo, sino un derecho”
Nueva York podría ser la primera megaciudad del continente en dar ese salto.
¿Imaginas lo que significaría para un inmigrante dominicano en el Bronx o en Queens poder ir al trabajo, al médico o a la escuela de sus hijos sin preocuparse por el pasaje diario? Eso no es populismo: es justicia urbana.
Vivienda asequible: el derecho a quedarse
Berlín probó el “techo de alquiler” en 2020, congelando los precios para 1.5 millones de viviendas. Aunque el tribunal lo anuló un año después, el experimento abrió una discusión que hoy define el futuro urbano europeo: la vivienda como derecho, no mercancía.
Otros países perfeccionaron la fórmula:
En Suecia, los inquilinos negocian precios directamente con el Estado y los desarrolladores privados, evitando los abusos.
En Viena, más del 60 % de los habitantes vive en viviendas sociales o cooperativas modernas, limpias y sostenibles.
Esa combinación de control, inversión pública y planificación ha hecho que el alquiler medio en Viena sea la mitad que en Nueva York.
¿Y si el modelo más exitoso de vivienda del mundo pudiera adaptarse al Bronx, Harlem o Brooklyn?
Supermercados públicos: la comida como derecho básico
Cuando en St. Paul (Kansas) cerró la única tienda de alimentos, el ayuntamiento la compró. La reabrió como supermercado municipal, con precios justos y empleo local. La idea se expandió: más de 30 comunidades rurales en EE. UU. la replicaron.
En Europa, París creó cooperativas urbanas de alimentos durante la pandemia; Barcelona fortaleció su red de mercados municipales; ambas ciudades lograron reducir el costo promedio de la canasta básica y apoyar la producción local.
El concepto es simple: cuando el mercado falla, el Estado garantiza lo esencial.
No es caridad. Es eficiencia moral.
Justicia fiscal: cuando los que más tienen, más aportan
En Suecia, Noruega y Finlandia, los impuestos progresivos sostienen un sistema donde nadie teme enfermar, perder el trabajo o no poder pagar una guardería.
La desigualdad se mantiene entre las más bajas del mundo. Y, paradójicamente, también son las sociedades con mayor felicidad, productividad y confianza institucional.
En palabras del economista sueco Lars Andersen:
“Pagamos más impuestos, sí, pero compramos libertad. Libertad de no tener miedo al futuro.”
¿No es eso, acaso, lo que busca Mamdani para Nueva York?
Lo que ya ocurre en República Dominicana: un modelo que inspira
Aunque parezca sorprendente, la República Dominicana ya aplica varias de las políticas que Zohran Mamdani propone para Nueva York.
En pequeño, sí, pero con impacto real y creciente.
- Cuidado infantil universal: desde 2015, el INAIPI y sus centros CAIPI ofrecen atención integral gratuita a niños de 0 a 5 años, con nutrición, educación temprana y acompañamiento familiar.
- Movilidad integrada: el Metro y Teleférico de Santo Domingo permiten desplazarse de forma rápida y barata; es uno de los sistemas más accesibles de América Latina.
- Alimentos a precio justo: el INESPRE organiza ferias y bodegas móviles que llevan productos básicos a bajo costo, combatiendo la especulación alimentaria.
- Vivienda asequible: el programa Mi Vivienda del MIVED permite a familias trabajadoras adquirir su primer hogar con apoyo estatal y créditos blandos.
- Participación ciudadana: el MINERD fomenta la cogobernanza escolar, involucrando a padres y maestros en la gestión educativa.
Estos ejemplos demuestran que un país del Caribe, con recursos limitados pero con voluntad política, ha conseguido construir políticas públicas que protegen a su gente.
Si lo logramos en Santo Domingo, ¿cómo no podría hacerlo Nueva York, con una economía veinte veces mayor?
Y más allá de nuestras fronteras, Latinoamérica ofrece lecciones poderosas:
Uruguay con su Sistema Nacional de Cuidados, México con la red de tiendas DICONSA, Brasil con “Minha Casa, Minha Vida” y Chile con su modelo de transporte metropolitano integrado.
Cada uno, a su manera, demuestra que el desarrollo social no es un privilegio del norte, sino una decisión del presente.
Una promesa que resuena entre dominicanos de Nueva York
Para los más de 900,000 dominicanos que viven en la ciudad, la propuesta de Mamdani toca una fibra íntima.
Son ellos quienes madrugan en el frío para mantener en marcha la economía, quienes pagan alquileres imposibles y sueñan con un futuro más justo para sus hijos.
Estas ideas no son teoría: son esperanza concreta.
Una promesa de que el esfuerzo valdrá más que la renta, que el trabajo será suficiente para vivir con dignidad.
Cuando Nueva York mira hacia Dinamarca, Luxemburgo o Viena, también puede mirar hacia el Caribe.
La República Dominicana demuestra que los sueños sociales se pueden convertir en políticas de Estado.
Y si un país pequeño, con recursos limitados, pudo hacerlo, ¿qué impide que la gran manzana se atreva a intentarlo?
El futuro que ya comenzó
Luxemburgo viaja gratis.
Dinamarca cría a sus hijos en igualdad.
Suecia vive sin miedo al mañana.
Y en República Dominicana, un niño entra cada día a un CAIPI, alimentado y cuidado, porque alguien decidió que su futuro valía la inversión.
El cambio que muchos creen imposible en Nueva York ya existe en otras latitudes. Solo falta una cosa: la voluntad política para traerlo a casa.










