Ciudad del Vaticano, Santa Sede (AFP). –La muerte pacífica de Benedicto XVI el sábado en un monasterio en el corazón de los jardines vaticanos contrasta con las circunstancias penosas, violentas o a veces misteriosas que marcaron la muerte de muchos de sus predecesores.
He aquí algunos ejemplos:
– El largo calvario de Juan Pablo II –
El predecesor de Benedicto XVI, Juan Pablo II, murió el 2 de abril de 2005 en el Vaticano a los 84 años, debido a la enfermedad que convirtió en calvario el final de sus 26 años al frente de la Iglesia católica.
Después de dos hospitalizaciones sucesivas y una traqueotomía en febrero de 2005, el estado de salud de Juan Pablo II se agravó bruscamente unos días antes de su muerte, tras una infección urinaria, una septicemia y un paro cardíaco.
Privado de la palabra a raíz de la traqueotomía, logró pronunciar algunas palabras en público el 13 de marzo, antes de su regreso al Vaticano. Luego permaneció en silencio.
En su último Viernes Santo, fue filmado de espaldas en sus aposentos para que los fieles pudieran verlo siguiendo el Vía Crucis por video.
Su pontificado estuvo marcado por los múltiples problemas de salud de este exdeportista, debilitado por la enfermedad de Párkinson y por las secuelas de las heridas recibidas durante el atentado del extremista turco Mehmet Ali Agca, el 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro, de un cáncer en el intestino y de dos fracturas, una en un hombro y una en un fémur.
– La muerte repentina de Juan Pablo I –
Su predecesor, Juan Pablo I, apodado «el papa bueno» o «el papa sonriente», fue uno de los papas más efímeros de la historia. Elegido en agosto de 1978 a los 65 años, murió 33 días y seis horas más tarde, aparentemente como consecuencia de un infarto, aunque no se realizó una autopsia para confirmar las causas de su deceso.
Algunos libros evocan la hipótesis de un asesinato, porque el papa deseaba poner orden en los asuntos de la Iglesia, en particular en las malversaciones financieras de monseñor Paul Marcinkus, a la cabeza del Banco del Vaticano, sospechoso en aquella época de vínculos con la mafia.
Sin embargo ninguna investigación oficial confirmó esas sospechas.
– La misteriosa muerte de Alejandro VI Borgia en 1503 –
Varias hipótesis rodean la muerte de Alejandro VI, papa de 1492 a 1503. El 6 de agosto de 1503, después de una cena con su hijo César en casa de un cardenal, ambos presentaron un cuadro de fiebre.
Una primera hipótesis atribuyó este malestar a la malaria, muy presente en Roma en esa época. La otra hipótesis es que el papa habría querido deshacerse de algunos de sus enemigos y él mismo habría envenenado el vino, cayendo accidentalmente en su propia trampa.
«Su cuerpo estaba tan hinchado que no se lo pudo colocar en el ataúd previsto. Lo enrollaron provisionalmente en una alfombra, y sus apartamentos fueron saqueados», dejó escrito en un diario Johann Burchard, un pariente del papa presente en el momento de su muerte.
– El terrible destino de Formoso, exhumado para ser juzgado en 897 –
Conocido como «concilio cadavérico», el proceso del papa Formoso (891-896) a título póstumo testimonia el caos que reinaba en el siglo IX en Roma y en el Vaticano.
En 897, por orden del papa Esteban IV, enemigo jurado de Formoso, su cadáver fue exhumado, vestido con ropas papales y sentado en un trono para ser juzgado.
El veredicto estipulaba que el difunto no era digno del pontificado. Todas sus medidas y acciones fueron anuladas y las órdenes dadas por él fueron declaradas inválidas.
Las ropas de ceremonia pontificias fueron arrancadas de su cuerpo, los tres dedos de su mano derecha -que el papa había empleado en las consagraciones- fueron cortados y el cadáver tirado en el Tíber.
– Un martillazo para confirmar la muerte –
El Vaticano codifica con precisión el procedimiento que debe seguirse tras la muerte de un papa, que confiere un papel clave al camarlengo de la Iglesia, cardenal encargado por el gobierno de la misma en caso de que el poder esté vacante.
Él «debe constatar oficialmente la muerte del pontífice», afirma la Constitución apostólica publicada por Juan Pablo II en 1996, en presencia del maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias, de los prelados ordenados y del secretario y canciller de la Cámara apostólica.
«Este último redactará el documento o certificado de defunción auténtico», precisa la Constitución.
En el pasado, el camarlengo verificaba la muerte del papa golpeándole la frente con un pequeño martillo de plata. Una tradición que cayó en desuso después de la muerte de Juan XXIII en 1963.