Para nadie es un secreto que en esta época donde la información corre a la velocidad de un clic, las redes sociales, medios digitales y sobre todo quienes las manejan son actores que tienen un inmensurable poder en sus manos.
Con ese poder viene una responsabilidad ineludible: actuar con ética, respeto y sentido humano. Lamentablemente, no todos entienden que en el ejercicio actual de la comunicación digital, esas características son importantísimas.
En más de una ocasión hemos visto como figuras conocidas han tenido que dar un paso al frente para defender su dignidad por rumores bajos. Y si estas situaciones pasan con personas de renombre o de “poder” en el país, no nos podemos imaginar qué pasaría con la gente de a pie en el barrio o el campo, como Juan o María Pérez.
Estas plataformas no son tierra de nadie, o no deberían serlo. Detrás de cada perfil, de cada publicación, de cada comentario malintencionado, hay una responsabilidad moral y cada vez más también legal.
El mal uso de estas plataformas está haciendo un daño profundo, no solo a las víctimas de ataques digitales sino a la calidad del debate público y al tejido social en su conjunto.
No se puede permitir que la búsqueda de «likes» y notoriedad cueste la honra de personas con familias, carreras, trayectorias que deben ser respetadas.
Urge fomentar una cultura de respeto, de verdad, y de responsabilidad. Las redes sociales pueden ser herramientas de progreso o de destrucción. Los usuarios deciden.
¿Y por qué deciden? Porque cada comentario de burla, like o compartido es una acción de apoyo a las personas sin escrúpulos que juegan a tener en sus manos la vida de otros.