Madrid, 5 jul (EFE).- La declaración del estado de emergencia en varias regiones italianas es un nuevo episodio de una larga serie de problemas causados en todo el mundo por la sequía, relacionados en buena medida con la actividad humana y que auguran un futuro sombrío en la gestión de los recursos hídricos.
El gobierno de Roma tomó la medida en su Consejo de Ministros, destinando 36 millones de euros para paliar la situación agrícola en las zonas afectadas -Emilia Romagna, Friuli Venecia Julia, Lombardía, Piamonte y Veneto- con el río Po, el más largo y caudaloso de Italia, «bajo mínimos» y planteando incluso nombrar un cargo extraordinario de comisario para coordinar las medidas contra la falta de agua.
El aumento progresivo de las temperaturas y la reducción de las precipitaciones están muy relacionados con la sequía pero también con otros dramas ambientales como el desprendimiento, precisamente en los Dolomitas italianos, de un glaciar que no sólo ha constituido una tragedia humana por los 7 alpinistas fallecidos y los 13 desaparecidos sino por lo que implica, ya que la desaparición de glaciares está asociada a la reducción de recursos hídricos.
El director del Instituto de Ciencias Polares del Consejo Nacional de Investigación de Italia, Carlo Barbante, lo resumía de un modo pesimista al advertir de que, se tomen las medidas que se tomen, «los glaciares alpinos están ya perdidos y van a continuar su fusión», siendo así que estas grandes masas de hielo y nieve «son la mayor fuente de agua dulce potable para nuestro planeta» además de un recurso vital en países como Bolivia o la India.
Las noticias relacionadas con la sequía son cada vez más abundantes y preocupantes a nivel global: la pequeña república de Kiribati en Oceanía se declaró en junio «en estado de desastre» por la falta de lluvias, la ciudad californiana de Los Ángeles comenzó las restricciones al consumo de agua también a principios del mes pasado, la principal ciudad del sureste de Suráfrica -Gqeberha, la antigua Puerto Elizabeth- está en riesgo de quedarse sin agua por la escasa reserva con la que cuenta…
En el caso de España, el estudio publicado esta semana por la revista científica Nature Geoscience certifica que la península ibérica padece las condiciones más secas de los últimos mil años debido al anticiclón de las Azores, que hoy alcanza un área mayor por culpa del aumento de emisiones humanas de gases de efecto invernadero.
El problema es de tal calibre que la Convención de la ONU para combatir la desertificación advirtió a finales de mayo en un documento específico de que supone «una encrucijada para la humanidad», ya que su cantidad y duración han aumentado un 29 % desde 2000, por lo que se precisan soluciones urgentes como la creación de «sistemas ecológicos funcionales».
Entre 2000 y 2019, afectó a más de 1.400 millones de personas con lo que se convirtió en el segundo desastre natural de mayor importancia del planeta después de las inundaciones, pero a día de hoy, en 2022, según la misma ONU, más de 2.300 millones de personas se enfrentan al temido «estrés hídrico».
El continente más afectado, según estos datos, es África, donde las sequías suponen el 15 % de los desastres naturales y causaron la muerte de 650.000 personas entre 1979 y 2019.
El director de la oficina del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, Michael Dunford, confirmaba esta perspectiva alertando recientemente de que el Cuerno de África padece su peor sequía desde 1981.
Hoy en Nairobi se reúnen los jefes de Estado y de Gobierno de la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo, organización de carácter económico a la cual pertenecen ocho países del este de África: es su 39ª reunión extraordinaria y en la agenda figuran diversos problemas que afectan a la región, desde la inseguridad política a la covid-19 y, por supuesto, la sequía.