Emprender nunca ha sido sencillo. La decisión de iniciar una empresa suele ser tan emocionante como desafiante: significa apostar tiempo, recursos y energía en un entorno que muchas veces parece jugar en contra. En México, cerca del 80 % de las MIPYMES fracasan antes de cumplir cinco años. Y aunque esta cifra refleja una realidad particularmente dura en nuestro país, el fenómeno es común en buena parte de América Latina, donde los emprendedores enfrentan cargas fiscales elevadas, trámites burocráticos interminables y limitaciones de financiamiento que erosionan su capacidad de crecer. La región está llena de talento y creatividad, pero carece de los mecanismos suficientes para traducir ese potencial en negocios duraderos.
Uno de los principales obstáculos es la presión fiscal y administrativa. En muchos países, constituir una empresa o cumplir con obligaciones como la seguridad social o la vivienda exige procesos engorrosos que consumen horas productivas y recursos valiosos. El resultado es que los emprendedores terminan invirtiendo tardes enteras en trámites que en otros lugares del mundo se resuelven en línea en cuestión de minutos. Esta sobrecarga no solo encarece la operación, sino que además debilita la motivación. Por eso siempre insisto en que, pese a los obstáculos, lo más importante es no claudicar. El camino es largo y muchas veces solitario, pero con disciplina y visión los frutos llegan.
Ahora bien, la resiliencia individual no basta si no existe claridad colectiva. Muchas empresas jóvenes fracasan porque los socios nunca definieron con precisión qué iba a aportar cada uno, cuáles serían sus roles y qué reglas los unirían más allá del entusiasmo inicial. Es común ver sociedades basadas en la amistad o en la buena química personal, pero sin acuerdos sólidos desde el principio. La experiencia demuestra que un negocio puede consolidarse cuando hay claridad de funciones y objetivos, y que, con el tiempo, incluso puede forjarse una verdadera amistad como resultado de esa claridad, y no al revés.
Otro factor decisivo para la supervivencia y el crecimiento es la profesionalización. En América Latina solemos pensar que contratar especialistas o invertir en capacitación es un lujo, cuando en realidad es la inversión que marca la diferencia entre permanecer pequeños o escalar hacia nuevas ligas. Profesionalizar no significa burocratizar, significa rodearse de talento, capacitar equipos, mejorar procesos y acceder a conocimiento que evite errores costosos. El precio de no hacerlo siempre es más alto.
La profesionalización se enlaza con algo que considero una base indispensable: la educación financiera. Muchos emprendedores confunden liquidez con rentabilidad, o ventas con utilidad. Otros no planifican su flujo de caja y terminan colapsando pese a tener demanda suficiente. Este problema no es exclusivo de México; en toda la región se repite. Entender cómo fluye el dinero en la empresa, prever impuestos, planear inversiones y manejar el crédito de manera inteligente no requiere ser contador, sino tener una mentalidad empresarial sólida. Esa alfabetización financiera debería enseñarse desde el inicio a todo emprendedor latinoamericano.
Pero las finanzas, por sí solas, tampoco garantizan éxito. Liderar equipos en entornos complejos exige habilidades blandas y una comunicación transparente. La gente no teme a los retos, pero sí teme al silencio y a la incertidumbre. Por eso un liderazgo basado en confianza, reconocimiento y coherencia se vuelve vital. No se trata de controlar a las personas, sino de empoderarlas para que entiendan que su trabajo forma parte de una misión colectiva. En tiempos difíciles, lo que sostiene un equipo no es la imposición, sino la confianza construida día a día.
A estos desafíos tradicionales se suman otros que ya no son opcionales. La innovación y la digitalización son hoy factores de supervivencia. En un mercado global y dinámico, operar con herramientas obsoletas o con mentalidades cerradas es condenarse a desaparecer. Innovar no siempre implica grandes inversiones tecnológicas; a veces basta con optimizar procesos, mejorar la experiencia del cliente o adaptarse rápidamente a cambios del entorno.
Lo mismo ocurre con la sostenibilidad. Muchas MIPYMES la perciben como una carga o un lujo, cuando en realidad puede ser una palanca de competitividad. Acciones simples como reducir desperdicios, optimizar energía o vincularse con proveedores locales generan ahorros y fortalecen la reputación de la empresa. El consumidor latinoamericano, al igual que en el resto del mundo, empieza a valorar las prácticas responsables, y quien no incorpore criterios sostenibles aunque sea de manera gradual corre el riesgo de quedar fuera de los mercados del futuro.
Lo verdaderamente impostergable es aprovechar el talento en todas sus formas. Las empresas que integran a las personas más capaces, sin importar origen o condición, fortalecen su competitividad y mejoran la calidad de sus decisiones. La competencia global no da espacio para desperdiciar capacidades; las compañías que lo entienden son las que logran sostenerse y crecer.
Finalmente, quiero subrayar la importancia de que las PYMES latinoamericanas adopten una mentalidad global. Internacionalizarse ya no es un privilegio exclusivo de las grandes corporaciones. Con herramientas digitales, acuerdos comerciales y plataformas logísticas, incluso empresas pequeñas pueden abrirse a nuevos mercados si diseñan su estrategia desde el inicio con visión internacional. Hoy solo una fracción mínima de nuestras MIPYMES exporta, y sin embargo tenemos ejemplos en otras regiones, como India, donde las pequeñas empresas representan más del 40 % de las exportaciones nacionales, de acuerdo a reportes del Ministerio de Comercio e Industria de ese país. Lo que marca la diferencia no es el tamaño, sino la mentalidad y la infraestructura de apoyo.
La élite empresarial de América Latina suele ser criticada por su desconexión con la sociedad. Y aunque esa percepción es dolorosa, también es cierta. Revertirla requiere un liderazgo que escuche, que salga del círculo de confort institucional, que se acerque a las comunidades y que use sus recursos y relaciones para convertirse en puente de oportunidades. La prosperidad no se construye desde la distancia, sino desde la cercanía y la empatía.
Creo firmemente que el futuro de nuestra región no depende necesariamente de políticas gubernamentales ni de grandes cumbres internacionales. Su verdadero motor está en las decisiones que tomamos cada día como emprendedores, empresarios y líderes. Prosperar es posible, pero exige actuar con propósito, con visión de largo plazo y con la convicción de que el éxito auténtico se construye desde la iniciativa individual y la libertad de emprender. Sembramos hoy lo que cada uno está dispuesto a trabajar y cosechar mañana.
Marina García García*
* Es una estratega empresarial y referente en gobierno corporativo, reconocida por su liderazgo en el desarrollo económico, la innovación y la sostenibilidad. Es egresada de la Universidad Autónoma de Guadalajara, México, con formación ejecutiva en el MIT y el Kellogg School of Management (Senior Management) en Estados Unidos, así como en el IPADE (Alta Dirección de Empresas) en México, consolidando su prestigio como experta.
Lidera Business by Design (BBD), una firma especializada en proyectos productivos. Es rectora del Strategic Business Institute, con sede en la ciudad de Miami, cuyo objetivo es la formación y capacitación para micro, pequeñas y medianas empresas de América Latina. Su capacidad la posiciona como una de las voces más influyentes en la toma de decisiones empresariales.